Acusar al otro y defender el propio punto de vista parece ser la norma cuando una pareja llega a terapia. Cuando uno reclama algo, el otro se siente mal entendido o victimizado. La crisis pone a prueba a las personas. Es una oportunidad para crecer, en el sentido de ser auténtico respecto a las propias necesidades y lo suficientemente abierto y valiente para expresarlas y para aceptar las del otro. Si una mujer, por ejemplo, necesita mayor autonomía económica e independencia frente a su marido, éste puede sentirse abandonado y resentirse ante ese deseo de su esposa. Si él es una persona racional y estructurada, necesitará tal vez darse el derecho a expresar emocionalmente su necesidad de afecto y su inseguridad, por ejemplo. En un caso así, superar la crisis implicará confrontar esquemas mentales, hábitos, temores y barreras que están al interior de cada uno. ¡La crisis está ahí para que cada uno crezca como ser humano en la dirección de su propia esencia! El terapeuta no deberá aconsejar, sino apoyar ese proceso de autentificación de las personas, del cual se desprende un periodo de reajuste que tiene lugar de manera natural e impredecible. Como dice Arnold Mindell: “El resultado de procesar las relaciones es que las parejas se vuelven individuos.” En la mayoría de los casos, procesar la crisis da como resultado gente más despierta y poderosa: una pareja más diferenciada y solidaria.