A la sombra del padre

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Un hombre joven viene a consulta. Su familia está preocupada pues ha perdido algunas oportunidades de trabajo, y vive, con más de 30 años de edad, junto a su madre, sin un empleo estable y numerosas deudas. Al presentarse, dice que se siente derrotado, que renunció a su trabajo en una empresa familiar para ir tras una aventura laboral en la amazonía, con la ilusión de ganar bien y pagar algunas deudas. Lamentablemente las cosas salieron mal. No era lo que esperaba. Sus ingresos, en realidad, disminuyeron, por lo que sus deudas no pudieron ser solventadas y pasó estrecheces. Ahora que se le ha presentado una oportunidad laboral la ha rechazado por miedo a fracasar. Se siente profundamente desanimado. Mientras dice esto, lo observo. Es de baja estatura y más bien relleno, se sienta contra la pared con las piernas cruzadas, los brazos también cruzados, presionando sobre su vientre. Le hago hacer y deshacer esta postura hasta sentir lo que le produce. Tras este experimento, dice que se siente atemorizado, como si tuviese miedo de algo y se parapetara detrás de sus brazos. Trabajamos sobre esa sensación hasta dar con su origen: la relación con un padre impositivo y violento, que le impuso una serie de obligaciones en la infancia, que tuvo que cumplir de mala manera. El fútbol, que era su placer —y lo jugaba excepcionalmente bien—, se convirtió en un martirio, pues debía superarse en las ligas infantiles y entrenar diariamente para satisfacer las exigencias paternas. Le hago imaginar a su padre y contarle cómo fue crecer a su lado. Su expresión es suave y sin tono emocional, a pesar de que habla del dolor y el maltrato sufrido. Cuando le pido que represente a su padre, aparece un hombre despótico, que insulta y lo trata como a un chico apocado, sin valor. A primera vista, parecería el padre tener la razón: el hijo carece de energía a pesar de que hay enojo implícito en sus quejas. Le pido que se pare y trabajamos con su enojo. Lo hago plantarse sobre el piso y gritar “NO” varias veces, empujando con su mano hacia los cuatro lados, hasta que saca toda la fuerza de su interior. Cuando lo logra, le pido que con esa misma fuerza le diga ahora a su padre lo que no le ha dicho. Entonces suelta su enojo, se desborda y habla con fuerza, la debilidad huye de su expresión. Grita y se pone realmente furioso. Esa es la fuerza que creía no tener: la necesaria para liberarse de una imagen opresiva. Cuando retomamos el tema de conversación inicial, le pido que relacione el miedo a fracasar en la oportunidad laboral que se le ha presentado con sus miedos infantiles. La sensación de estar sometido a una prueba y el miedo a no dar la talla (para su padre todo lo que él hacía resultaba insuficiente o malo) estaban ahí, con la misma intensidad. El padre ahora es el mismo, está interiorizado y debe vomitarlo, sacarlo de su auto-juicio, liberarse, permitirse ser libre e ir a sus metas con la confianza en sus capacidades reales, de adulto. Cuando hablamos de la mirada de su padre, le pregunto si esta mirada ha sido reproducida en algún jefe. Dice que sí: se relaciona usualmente con sus empleadores de la misma manera. Los ojos de su padre está poderosamente proyectados en las exigencias de sus empleadores antiguos, con quienes tenía constantes resentimientos y a quienes se sentía sometido. Cuando siente miedo de fracasar en un nuevo empleo y no lo toma, sucumbe a sus fantasías catastróficas más infantiles y el fantasma de su padre se apodera de la situación. La situación empieza a volverse clara: sus miedos son ilusiones basadas en modelos de infancia que ya no son vigentes. La confianza en sus capacidades y el derecho a elegir su propia vida, ahora, son realmente posibles. Ya no es un niño. Puede ser fuerte y hacer las cosas bien, por su propia necesidad y deseo. Ya no debe cumplir con nadie, sino consigo mismo. Sus problemas, como los de muchas otras personas, son absolutamente irreales. Lo importante, lo realmente importante, es sentir su fuerza, experimentarla orgánica, salvajemente, como propia. Esa fuerza de la que antes su padre parecía ser el único depositario (Para citas, escribir a adolfomaciasterapeuta@yahoo.com o llamar a: 2285545 / 0997330894).

Acerca de adolfomacias

Psicoterapeuta y facilitador de grupos, especializado en terapia transformacional. Profesor del Instituto de Desarrollo Personal Cre-Ser. Asesor en comunicación creativa y escritor. Ganó en el 2010 el premio nacional de Literatura Joaquín Gallegos Lara por su novela "El grito del hada".

Un comentario »

  1. A mi ocurrio deigual forma y tuve que tomar desiciones equivocadas pero lo mio es mas profundo por lo que me afectado en la parte conyugal pues fue un hombre enfermo de celos y hoy estoy tomando sus mismas actitudes estoy acabando con mi matrimonio por mis torpezasy estos celos enfermizos

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