Experimentando con diferentes métodos en la terapia humanística, queda claro que no se puede penetrar en la profundidad de uno mismo y encontrarse —descubrirse, darse cuenta de algo valioso—, en estado de conciencia ordinaria, es decir: mientras se conversa. Para ir profundo se necesita detener la conversación, sentir el organismo, percibir lo que se revela desde ahí dentro, seguir las señales y ensoñarlas. Por ejemplo, una persona habla de la rabia que le da que su esposa se demore tanto para salir (es algo que lo irrita en exceso hasta ponerlo violento). Mientras lo cuenta, se agita y cambia su expresión facial. Le pedimos que cierre los ojos y sienta su cuerpo, observe de qué manera lo que acaba de decir está ahí dentro, en forma de una sensación que inunda el organismo, produciendo sensaciones y tensiones peculiares en tal o cual lugar. A medida que se concentra en esa sensación y abandona todo pensamiento, esta se focaliza y se muestra con mayor detalle, revelando detrás de ella memorias, sentimientos y recuerdos (acaso de infancia) de los cuales emerge finalmente una creencia profunda (“Las personas no me respetan”) que hiere por dentro, junto con otra creencia: “Debo ser fuerte para ganarme el respeto de los demás”. Su vulnerabilidad surge detrás de la coraza de hombre duro. Mucho de su carácter empieza en ese momento a tener sentido. La persona se entiende a sí misma y afloja sus tensiones. La sobre carga emocional experimentada con su esposa muestra una lucha por conseguir lo que sus padres, acaso, no le dieron. Sólo entonces puede aceptar, con sinceridad, que su esposa sí lo respeta (es simplemente lenta para vestirse y maquillarse) y lo quiere, pero que él le está pidiendo llenar un agujero existencial que no le corresponde a nadie, sino a él, llenar.
Algo se suelta, un cambio se está operando en un nivel profundo. La persona se queda en silencio, consigo misma, y poco a poco sale del estado de trance, abriendo los ojos. La sensación de sí mismo ha cambiado. Esta es la vía del autoconocimiento profundo que propone la Psicoterapia Transformacional o Hakomi, creada por Ron Kurtz. Requiere entrega y silencio por parte del participante. El terapeuta está ahí para ayudar a que la persona llegue a ese estado. El cliente hace prácticamente todo lo demás. Sólo hay que ayudarle a organizar el insight y sacar de él aprendizaje vivo. Kurtz llama a esto acceder al inconsciente adaptativo, es decir, parar de actuar para observar a través de las señales y tensiones corporales, las memorias, creencias y emociones que controlan nuestra manera de actuar y de reaccionar durante el día. Es como abrir la máquina y entender por qué somos como somos, para luego realizar los reajustes necesarios. Estos reajustes consisten en descubrir la diferencia entre nuestras creencias sobre nosotros mismos y nosotros mismos, entre lo que que creemos ser y lo que realmente somos (para una sesión terapéutica, escribir a adolfomaciasterapeuta@yahoo.com o llamar a los teléfonos 2285545, 0997330894, Quito).